miércoles, septiembre 28, 2005

Mala inspección

La sombra negra aparecía y todos los estudiantes se hacían los distraídos, miraban para otro lado o simplemente se escondían detrás de alguno de los pilares. Cualquiera que viera a esos chicos pensaría que lo que se aproxima es algo que realmente infunde un poderoso temor. Pero se equivocan. Tras la puerta que da al patio principal aparece un tipo de senda casaca de cuero, pantalón de tela y zapatos de gamuza que, lejos de infundir temor, a primera vista causaba un poco de simpatía. Era de esos tipos que uno ve por la calle y no puede resistir la tentación de sonreír burlescamente.

Sin embargo, en el colegio todos los alumnos le tenían un singular respeto. Era de esos tipos que se mostraban duros y autoritarios, pero era tan justo que terminaba ganándose la admiración y el cariño de los chicos. Pero lamentablemente era el inspector, motivo suficiente para que las relaciones con los alumnos fuesen siempre de amor y odio. A veces tenía aciertos notables y lograba conciliar a aquellos que estaban a punto de transarse a golpes. Otras veces simplemente les ordenaba, con la voz más fuerte que tenía, que se fueran “en el acto” a la inspectoría. Su potente voz de sargento contrastaba con su pequeño tamaño. No por nada se ganó el apodo de Tatú, el enano de La Isla de la Fantasía.

A don Ángel (su verdadero nombre), se le odiaba en público y se le quería en privado. En las conversaciones de grupo siempre lo pelaban por una cosa u otra y se reían de su pequeñez. Pero estando solos, todos le tenían aprecio o, por lo menos, un cierto sesgo de admiración.

Definitivamente no era un inspector de colegio cualquiera. Su estilo autoritario contrastaba tanto con su apariencia que los apoderados se asombraban al ver que algo tan pequeño infundía más respeto que ellos. Más fuera de lo común era el hecho que estuviera casado con la profe de Biología. En un principio, pocos tenían conocimiento de esto, pero más temprano que tarde pasó a ser parte del saber estudiantil.

El Claret era colegio católico y, como tal, trataba de dar constantes muestras de buena fe. Habían aceptado estudiar gratuitamente a la hija inválida de uno de los auxiliares, que a su vez, estaba casado con una de las señoras del aseo. El concepto de familia lo querían insertar en la comunidad claretiana a toda costa y, tener matrimonios trabajando y familias completas ligadas al colegio, era una muy buena forma de hacerlo.

Sin embargo, Tatú y la profe se cuidaban siempre de no mostrarse “matrimonialmente” ante los alumnos. Cualquier cosa podría ser motivo para que los chicos les perdieran el respeto, lo que intranquilizaba al respetado inspector. Pero esto no evitaba que recibiesen algunas bromitas al pasar o un “Uyyyyyyyyy” de coro cada vez que el inspector debía visitar la sala de Biología.

Don Ángel era respetado, pero se le tenía bronca, sobre todo entre los más pelusones del colegio, esos pastelazos que no le trabajaban un peso a nadie y aquellos lenguas de víbora que hoy siguen esparciendo mierda de sus bocas en alguna que otra universidad privada de la ciudad. Existiendo esta clase de personajes, estaba claro que la figura del querido Tatú sería machada. Más aún por esa maldita costumbre que tienen “las mayorías” de dejarse contagiar por la mala leche. Ser “abogado” del Tatú era ganarse muchos enemigos.

Siempre se comentaba sobre cómo era la vida sexual del intachable inspector y de la dulce profesora. Los más osados daban por firmado que su calentura era tan incontrolable que, cuando terminaban las jornadas de clases, las colchonetas del gimnasio desaparecían misteriosamente rumbo a inspectoría.

En una ocasión ocurrió que la clase de Biología no comenzaba. Los alumnos estaban afuera de la sala porque la profesora aún no llegaba. Y el inspector encargado de ese patio tampoco estaba ahí como para obligar a los chicos a entrar a la sala y esperar. Ya habían pasado 20 minutos y todavía no pasaba nada.

De pronto uno de los más pendejos aparece gritando desde la puerta que daba acceso al patio central. A todo pulmón bramaba que Tatú y la profe Sandra estaban en plena faena sexual. Su teoría se basaba en que los vio salir juntos de una piecita usada para guardar los objetos de aseo. ¿Qué más podían estar haciendo ahí juntos?, pensaban todos.

El griterío de los chicos era tal que el inspector general salió de su oficina y escuchó lo que gritaban. Justo en esos momentos la profesora y don Ángel llegaban al patio. El inspector general los llamó con un gesto de su mano.

Tras una breve conversación, se fueron a la oficina del director. Los muchachos vieron con tristeza la mirada que Tatú les envió, clara muestra de sorpresa, pena y decepción. El sentimiento de culpa fue generalizado, pero nadie atinó a decir nada. El inspector y la profe caminaron de la mano, cabizbajos, mientras se perdían en el pasillo que llevaba a la oficina del director.
Esta historia, si bien está situada en escenarios y personajes reales, es de ficción.
Redactado por Rodrigo Villagrán B.© Derechos Reservados

2 comentarios:

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