sábado, julio 23, 2005

El día en que se me ocurrió ser carabinero:

Verde Opaco

Joven chileno: Si tienes entre 18 y 24 años y sientes el deseo de servir a tu patria y serle útil a tu sociedad, postula a Carabineros de Chile y trata de no morir en el intento.


Todavía no logro recordar cuándo nació la idea de ser carabinero. Nadie en mi familia se imaginaba que a mí se me ocurriría semejante cosa, menos aún mi madre. Cuando supieron pusieron el grito en el cielo como por cinco minutos. Que es muy peligroso, que los patos malos, que los turnos pesados, que la mala paga, entre otros argumentos, los cuales no fueron capaces de sacarme la idea de la cabeza. En fin, como ya había otros paquitos en la familia, el tema no fue tan grave.

Después de reunir una cantidad de papeles que no cabían en una carpeta, me inscribí en el proceso de postulación a la Escuela de Carabineros de Chile del General Carlos Ibáñez del Campo. Recuerdo que me atendió el Suboficial Rocha, un viejito bastante cortante y seco. Era como si quisiera mostrar cómo sería el trato en esa institución.

-Buenas tardes, qué quiere- Me dijo “cordialmente”.
-Buenas señor, traigo mis papeles para inscribirme en la postulación.

El carabinero revisó mi carpeta y me dijo que esperara el aviso en mi casa, algo así como un “deja tu teléfono, te llamamos”. Lo tomé tranquilo y seguí adelante con mi locura.


LA PRIMERA "RECEPCIÓN"

Así pasaron las semanas, hasta que quedé citado para reunir mis exámenes de admisión en el Grupo de Formación Policial de Las Quilas, en Temuco. Ahora sólo quedaba prepararse para lo que se venía. Estos exámenes eran tanto (o más pesados) que la Prueba de Aptitud. Matemáticas, Historia, Verbal, Inglés y el temido test psicológico, conocido como el “corta cabezas”.

Y llegó el día. Esa mañana estaba heladísimo y yo sólo andaba con la chaqueta de mi terno. Tenía estar a las ocho en punto listo para rendir los controles de rigor. Debía identificarme para acreditar que no era ningún extremista infiltrado o qué se yo. Procuré eliminar de mis bolsillos cualquier objeto que pudiera parecer sospechoso. No quería que, por error, me echaran a la primera.

Una vez ahí, pregunté al carabinero de guardia dónde era el cuento.

-Buenos días. ¿Dónde debo esperar? Soy postulante.
-Camina hasta el fondo de ese camino. Ahí están esperando los demás- Me contestó.

Así lo hice y llegué donde me había señalado el paquito de guardia. Estaba lleno de hombres terneados y mujeres vestidas como promotoras de cosméticos, todas ellas con el típico “tomate” en el pelo. Traté de buscar un rostro conocido, pero sólo veía caras serias. Era como si todos los que ahí se encontraban ya se creyeran guardias de palacio, pues apenas se movían y parecía que estaban cuadrados esperando a su venerada autoridad.

En esos instantes, yo tenía miedo de todo. Se me imaginaba que si echaba una talla me echarían encima a las Fuerzas Especiales, con guanaco incluido. Así que me quedé tranquilito en una esquina, esperando que llegara el que oficiaría de nuestro verdugo.

Por suerte pude encontrarme con alguien que no tuviera cara de “Rambo”. Era Gerardo, mi amigo de infancia y ex compañero de colegio. Estaba con una chica que yo conocía del colegio también.

-Hola viejo, ¿cómo estas? Tanto tiempo.
-Que tal compadre, cómo anda. Oye, ¿te acuerdas de la Dany?
-Si po, cómo estas.
-Bien, bien. Que rico encontrarnos aquí- Dijo ella.

Así seguimos conversando hasta que se sumó otra chica conocida. Ahora el tiempo pasaba un poco más rápido y nos relajamos entre todos. Los demás, al ver que nosotros nos comportábamos de manera natural, también se soltaron.

En eso estábamos cuando llegó un tipo con pinta de Sargento, quien nos indicó que los exámenes estaban por comenzar.

-¡Ateeeeeeeeeención! Mi capitán Barahona los espera en el gimnasio.

Llegamos al lugar y ahí estaba el examinador. Después de darnos la bienvenida y de hablar por casi media hora de lo importante que es pertenecer a Carabineros de Chile, procedió a repartir la primera de las pruebas: Matemática. Yo estaba tranquilo, pero entumido. El gimnasio estaba demasiado helado e imaginé que eso podría ser una prueba más para ver quién tiraba la esponja más rápido.

El primer día pasó tranquilo. Sólo exámenes teóricos. Lo difícil se venía ahora, con el examen psicológico. Era una hoja con más de 200 preguntas, donde se debía responder sí o no. Todos demoramos más de la cuenta en esa prueba y nadie pudo terminarla. Sin duda, ese era el colador.

Posteriormente nos fuimos con los exámenes físicos, mi gran karma. En los abdominales anduve bien, pero en las flexiones de brazos me mandé mi caída. Apenas hice dos, y lo requerido eran siete. En todo caso, pocos fueron los que llegaron a esa cantidad, sólo uno que otro espécimen con pinta de comando. En velocidad, bien. Como para agarrar a cualquier pinganilla. En resistencia, salvando. El condenado test de Cooper casi me deja sin pulmones, pero aguanté estoicamente.

Una vez terminado todo, nos fuimos con Gerardo y sus amigas a comer algo al centro y tomar una cerveza para celebrar el fin de los martirios, por el momento. Yo andaba un poco enfermo de la guata, así que me fui temprano. Todos nos deseamos suerte y mi compadre, que andaba en la camioneta de su viejo, me fue a dejar a mi casa.

Después de eso, sólo quedaba esperar a saber quién había quedado preseleccionado. Los que fueran llamados debían viajar a Santiago para realizar los exámenes médicos, las entrevistas personales y un segundo examen psicológico.


A SANTIAGO LOS PASAJES

Pasó más de un mes hasta que tuve noticias de los verdosos. El llamado indicaba que mi destino era Santiago. Lamentablemente, Gerardo no pasó la preselección, así que tendría que enfrentar solo lo que venía.

Viajé con mi mamá un día nublado (para variar) y nos quedamos alojando en la casa de una madrina en Cerro Navia. Ahora el show era tratar de ubicarse en Santiago.

La Escuela está ubicada en Providencia, por lo que debía cruzar todo Santiago para llegar a rendir los últimos exámenes. Salí a las cinco y media de la mañana de la casa de la madrina. Después de un viaje en micro que me pareció eterno, me presenté en el lugar a las siete y media.

Como estaba citado a las ocho, tuve tiempo de observar y conocer el recinto en el que pretendía pasar tres años de mi vida. Es un bonito edificio, blanco como el mármol y cubierto de grandes ventanales que le daban un aire clásico. El acceso es un gran jardín donde llegaban los autos de los oficiales y de uno que otro aspirante con plata. Al lado del recinto está el Museo de Carabineros, en las dependencias donde se ubicaba la Escuela en sus comienzos.

Todos los que nos encontrábamos ahí estábamos ansiosos. Ya no éramos sólo de tierras araucanas, sino que proveníamos de todo Chile. Jóvenes que, de Arica a Punta Arenas, soñaban con vestir el verde uniforme de las carabinas cruzadas. A lo lejos pude divisar algunas caras conocidas de los que ya habíamos estado juntos en Temuco. Me acerqué a ellos para conversar y tratar de soltar los nervios propios de la espera.

Estábamos en eso cuando llegó el oficial a cargo: el Teniente Mohl. Fuerte y claro, nos dio la bienvenida y nos habló de lo que sería la segunda parte del proceso de admisión. Todos estábamos atentos. Nadie quería andar preguntando después y pasar por pajarón delante del resto.

-Eso es todo. Buena suerte y ojalá que aguanten- Gritó enérgico el oficial.


LA VERDE PACIENCIA


Así comenzamos el tandeo. Lo primero era llenar un documento llamado DHP (Declaración Historial Personal), que no era otra cosa que una síntesis de los antecedentes de cada uno. Te preguntaban dónde naciste, en qué colegios estudiaste, donde has vivido a lo largo de tu vida, en fin. Pero lo más fregado fue cuando consultaron sobre los antecedentes familiares. Debía nombrar y dar los datos de todos los parientes “cercanos”. Ese sí que fue un problema, porque yo tenía tíos que en mi vida había conocido. Menos aún iba a saber su Rut o si habían estado presos alguna vez. No me interesaba saberlo tampoco. Con la suerte que tengo, lo más probable es que alguno de los integrantes de mi árbol genealógico haya pasado por “la sombrita” en alguna ocasión.

Después de recolectar datos como loco y entregar el condenado DHP, me tocó pasar a los exámenes médicos. Como éramos tantos (más de 300), nos separaron en grupos de acuerdo a la zona de procedencia. La idea era que los de regiones termináramos primero.

Así pasamos por todos los doctores. El otorrino, el medico general, el medico bronco pulmonar, el dentista y mi gran karma: el oculista. Como uso lentes, este tipo era el que me daba más miedo. Nunca supe si logré salir bien en eso.

Un caso aparte merece la atención del urólogo. Se empezó a correr el rumor de que el médico era una mujer, lo que podría habernos provocado más de algún bochorno.

-Oye loco. Dicen que una mina está haciendo el examen.
-Tay hueveando- Dijimos todos a coro.
-Si viejo, así dijo un compadre que salió recién.

Finalmente, todo era falso. Quien nos masajeó las presas fue un viejo con cara de pescado.

Y se vino el segundo control psicológico. Era una mina media treintona con cara de enojona que me hizo pasar a un escritorio largo y bien barnizado. La tipa me preguntó sobre el por qué me quería meter a paco y cosas por el estilo. Yo le contesté la típica: que el amor a la patria, que el servicio público, que del sacrificio soy emblema, etc. Posteriormente me hizo el test de los colores. Calculo que no me fue muy bien, aunque a nadie le fue como corresponde.

En la entrevista personal con el Director de la Escuela se empezó a notar la influencia de los pitutos. Los conocidos se saludaban de mano con los oficiales antes de entrar al despacho del primer hombre del plantel.

-Buenos días tío- dijo uno de los postulantes.
-Hola cabro, como estay. Estate tranquilo nomás, si mi coronel ya te conoce- le contestó un viejo que, por las estrellas de su hombro, tenía el grado de Mayor.

Entre los postulantes éramos pocos los que no teníamos alguna cuña en donde apoyarnos. Habían hijos de comandantes, comisarios y hasta generales. Basta decir que entre nosotros estaba un nieto de Stange, ex General Director de los paquitos. De más está decir que éste quedó aceptado, aprobado y sacramentado.

Después de una semana y media de lentos y engorrosos exámenes (que me salieron por ochenta lucas), regresé a mi casita en el sur. Aún conservaba la esperanza de que las aptitudes pudieran más que las influencias.

El resto ya es historia conocida. Carabineros no quiso contar conmigo y me quedé con una vena del porte de un vacuno. Para nadie es fácil asumir que te desecharon, pero qué se le podía hacer.

En todo caso, no hay mal que por bien no venga. Si hubiese sido aceptado, no estaría escribiendo esto en mi calidad de periodista. Estoy feliz con lo que hago y me va bien, ¿qué más puedo pedir? Además, es muy probable que haya sido un muy mal carabinero, pues odio levantarme temprano y me carga hacer fila. Definitivamente, el verde no combina con mi tersa piel.

Redactado por Rodrigo Villagrán B.© Derechos Reservados
Fotos: Web ESCAR (http://www.escuelacarabineros.cl)